viernes, 18 de julio de 2008

La imagen histórica.

A una distancia de un tiro de ballesta, dice Maese Leonardo, el hombre dispara su imagen sobre el hombre agazapado, en acecho de aquel desprendimiento. ¿Dónde se ancla su imagen? En otro ojo avidado en previas candelas receptoras. Su torre óptica es en extremo breve y con escaso confort. Para captar la imprecisa presición del desprendimiento de la imagen, Leonardo prepara la grafía de una precisa impresición, la visión se verifica al tráves del "agujero de una agujita". Mientras precisamos, sobre todo para el hombre actual, cuál es la marcha de ese venablo después que se extinguio la potencia acumulada en el cordaje, vemos el disparo como un bulto sin extremos y sin testa, y esa misma región central es recibida por la ventana de la agujita. Al perderse los fragmentos, la imagen se pulveriza. En algún círculo del infierno, unos desdichados miran, según el verso del Dante, como el sastre cuando va a enhebrar la aguja. Sabemos que son pésimos ojos, que lanzan miradas desvaídas.


En el ejemplo anterior precisamos que la ausencia de diversidad es el primer muro que la imagen encuentra en su camino. Pero muy pronto los consejos para el suceso poético, desde la paz octaviaa al gran siécle, esa tumultosa distancia poética recorrida por las cartillas memorables de Horacio y de Bouleau, reconocen que la extrema diversidad descalabra el poema. si pictor velit...si un pintor caprichoso, dice la primera de esas grandes cartillas. Ved la ocurrencia de un pintor, nos da un antruejo que ha asustado dutante muchos siglos: un rostro con testa de caballo, mezclado con extremos animales y plumas de aves, terminando con la cola de un indescifrable pez.


En el otro reglamento, el de Boileau, se impide al blondo Tirsis, pastor de la Umbría, en una coronada fiesta de estío, ornar con magnífico lapidario su testa, ni mezclar con su oro el relámpago de los diamantes: tiene que escoger en otro vecino campamento en sequía, un ornamento más rústicamente riguroso. Aun la fascinante imantación y la sangre tórrida de Lope de Vega se obligan a la aceptación de esos melindres. Si cito sus palabras para borrarlas a su favor: "pues hacer toda la composición figuras, dice Lope de Vega, es tan vicioso e indigno como si una mujer que se afeita, habiéndose de poner la color en la mejilla, lugar propio, se la pusiera en la nariz, en la frente y en las orejas". Persas amazonas desmembradas; del uno al otro mar, el trueque de las sirenas odiseicas en manatí gemebundo o en vacas marinas; las vírgenes guardianas del espíritu del fuego, sabiendo que en el mundo de la resurreción no hay bodas, vemos que desprende una imagen, que se burla como domadora que restalla su látigo, sonriendo dentro de un cuarzo de doblre refracción.


He ahí que la imagen, contraejemplos de Horacio y de Lope de Vega, actúa sobre la diversidad más pintarrajeada, sobre la hybris más hidrópica. Basta que la imagen se desenrede en una reducción hacia un centro, o por el contrario sobre la infinidad, hacia la fiesta de la diversidad o hacia la desolación, para que esplenda removiendo el acto. Si el ser surge en esa conciencia de la nada, existe también un estado previo al ser, el ser universal o la primigeneidad del ser, que pueden enarcar la imagen y hacerla actuante, destruyendo la hibrys o diversidad, o la simple y monda extensión. La imagen nace de esa hirviente polarización, en que la pobrecita preimagen, entrada en lo diverso o fláccida frente a la extensión, lanza un reflejo, un rayo de penetración y disfrute.


Quizás en el primer ejemplo de Maese Leonardo no obtengamos una figura desmembrada, pero para la visión, para la escala de la mirada, la expresión "a un tiro de ballesta", y el simple mirar por el "agujero de una agujita", nos regalan una imagen diferente, aislada, rescatada, pero despiertan al mostrar la diversidad de su incorporación, rendida a la imagen concluyente, como un oso hormiguero que de su primera lanzada retrotráctil se apodera de innumerables hormigas, mostrando después de su rosada paleta pulimentada como un metal tolemaico.


En lo que un maestro del budismo ha señalado como las escalas de su paraíso; el vestíbulo del alfarero, el árbol de coral, la cadena del ojo del tigre, el Ganges celeste, la terraza de malaquia, el infierno de las lanzas y el nirvana del perfecto, vemos que la imagen rueda de la extensión vegetativa al furor, una antítesis de imagen placentera frente a otra colérica, un árbol frente a un ojo de tigre, una terraza frente a las lanzas infernales. Y entre las dos parejas antitéticas, el río que fluye, que arrastra, que llega a los contemporáneos en el río del Finnegan´s Wake, lleno de nombres de príncipes de indios de pequeños ríos irlandeses. Vemos en esas dos suertes corridas por la imagen, la coincidencia entre la vida eterna y la eterna vida. El vestíbulo del alfarero donde coinciden el dios que va a morir y el discípulo al lado de su dios buscando, aunque ignora su cercanía, y el reposo de la casa del carpintero, turbado por las llamas del ángel. Las cuatro torres carnales, en los jardines del Bosco, se igualan con la terraza de malaquita. La cabalgata de los aquejados de lujuria, con su aguijón de fuego, se entrecruza con los chillidos del infierno de las lanzas. Árboles, ríos, animalejos reconciliados, en el primitivo paraíso terrestre, y por semejanza, en el paraíso celeste o en la visión de la gloria. Pluralidad de hechizos, diversidad inocente, que aseguran el diseño de su morada futura, su imagen en los hijos de la resurreción. Corales lapidarios, lanzas, tigres, que también logran otra imagen partiendo de la nada del paraíso búdico. Transformaciones causales de un paraíso, hasta lograr el anéantissement de las siete cadenas causales.
Como esas parejas mal avenidas pero de indiscutible coyunda, vemos siempre en la ringlera de lo sucesivo verbal las épocas oscuras y mitológicas. Así comienza un error, que todavía vocea en nuestros días, y que debía estar destruido desde la teogonía de Hesíodo. Lo mitológico es siempre esclarecimiento, el árbol genealógico, combate donde los dioses visitan a los guerreros, prole engendrada por los dioses y los efímeros. Nuestra época que contempló el surgimiento de la realidad de la Troya, quiere olvidar la cercanía del Helicón a los combatientes o a los invocantes. La sombra, cono viviente desprendido del árbol, marcaba el aposento placentero de los dioses y los hombres. El hallazgo genial de Gianbattista Vico, consistió en ver con evidencia que por la poesía el tiempo fabuloso, que si es oscuro, se hace mitología, que trenza un ramaje de dioses y de hombres con el mismo troncón. Esa adivinación, ese Doerum interpretes, que nos recuerda Vico, hacía de la poesía la línea donde lo imposible, lo no adivinado, lo que no habla, se riende a la posibilidad. En el tiempo fabuloso, el dios imperante es Hércules, necesario para vender el retoño con cien cabezas, protegido por Juno, mientras está convencida que favorece a la familia y a las nupcias. Así aún en el Olimpo, vemos los cambios políticos de los dioses, de Juno retirándole su confianza a Hércules. Política reversible, pues los habitadores de Gea, la tierra, para disculpar sus licencias, buscaban las relaciones de Jove burlando los juramentos a Juno. En el tiempo mitológico los dioses imperantes son Jove y Apolo, la plenitud de la creación y de la luz, engendrando la poesía. Hera, la pavorosa diosa de los descensos infernales pertenece al tiempo fabuloso, cuando la poesía dependía de las caprichosas e inapresables visitas de Endimión.
Vico intuye que hay en el hombre un sentido, llamémosles el nacimiento de otra razón mitológica, que no es la razón helénica ni la de Cartesio, para penetrar en esa conversión de lo fabuloso mitológico. Frente al mundo de la physis, ofrece Descartes el resguardo de sus ideas claras y distintas. Frente a los detalles "oscuros y turbios" de los orígenes, Vico ofrece previamente a las ideas platónicas universales, la concepción de fantásticos o imaginarios. Como vimos en la política de los dioses, las relaciones extramatrimoniales de Júpiter influyen en la reunión de las primeras familias del patriciados. Esos universales imaginarios, los mitos nacen de la apetencia, según la frase de Vico, de "homerizar a Platón y de platonizar a Homero". Platón encuentra siempre en el poeta ese elemento teocrático mitológico. Si lo considera ser sagrado tiene que llevarlo al más lejano Helicón de la reminiscencia; si ligero por sus entradas y despedidas de los raptos y la mudez, por su frenesí con los coribantes y por su majestuoso recuerdo de los éxtasis. El Platón del Ion o de la poesía está aún entre la dialéctica socrática y su propia reminiscencia, pues si no cómo distinguiría entre los pasajes de Homero, los propios del especialista y los del adivino. Pero en el Gorgias, ante la amenaza del joven Calicles, evoca Sócrates las praderas de la reminiscencia, las dos grandes fuentes que separan a los descendidos al Hades y la compañia de Minos y del rubio Radamanto. Minos, que Ulises ve de reojo en los infiernos, "teniendo en la mano un cetro de oro y administrando la justicia a los muertos". Es decir, se ha cumplido la indicación de Vico, se ha "homerizado a Platón".
Ya podemos vislumbrar la imagen más allá del símbolo y más allá de la imaginación, pues hay en el símbolo como un recuerso de la cifra que se atesora. Una rama puede ser un símbolo de la fertilidad, si con esa rama penetramos en los infiernos, como en la Eneida, quien la porta la trueca en imagen. La imaginación que nace, gorgonas, centauros, de la comparación de dos formas reales. Por una fácil paradoja en la aceptación que le damos a la imagen, es ésta totalmente opuesta a la imaginación. La imagen extrae del enigma una vislumbre, con cuyo rayo podemos penetrar, o al menos vivir en la espera de la resurreción. La imagen, en esta aceptación nuestra, pretende así reducir lo sobretantural a los sentidos transfigurados del hombre. Lo natural potenciado hasta alcanzar más carcanía con lo irreal, devolver acrecidos los carismas recibidos en el verbo, por medio de una semejanza que entrañe un desmesurado acto de caridad, aquí la poesía aparece como la forma probable de la caridad todo lo cree, charitas omnia credit.
Tres frases colocaría yo en el umbral de esta nueva vicisitud de la imagen en la historia. Primera: "lo imposible creíble", de Vico. Es decir, el que cree vive ya en un mundo sobrenatural, cualquier participación en lo imposible convierte al hombre en un ser imposible, pero táctil en esa dimensión. Acepta un movimiento sobrenatural, una propagación sobrenatural, un sobrenatural estar en todas las cosas. Segunda fase: "Lo máximo se entiende incomprensiblemente". Es la línea trágica, inalcanzable, desesperada, que va desde San Anselo a Nicolás de Cusa, que pretende hipostasiar el mundo óntico, el ser, en un cuerpo, en el mundo fenoménico. El ser máximo es, lo que es tiene que ofrecer una realidad, sino tendríamos que aceptar que la posibilidad real no es. Tercera, esta frase de Pascal, como resguardo o conjuro: "no es bueno que el hombre no vea nada; no es bueno tampoco que vea lo bastante para creer que posee, sino que vea lo suficiente para conocer que ha perdido. Es bueno ver y no ver: esto es precisamente el estado de naturaleza".
Entrecruzados con esos nombres mayores del umbral, como atolondrada criatura de prolongaciones, pero de esencia imprescindible y secretamente reclamada, deslizamos también nuestro caduceo interrogante, pues el original se invenciona sus citas, haciendo que tengan más sentido en en nuevo cuerpo en que se les injerta, que aquel que tenía en el cuerpo del cual fueron extraídas.
El imposible al actuar sobre lo posible, crea un posible actuando en la infinitud. En el miedo de esa infinitud, la distancia se hace creadora, surge el espacio gnóstico, que no es el espacio mirado, sino el que busca los ojos del hombre como justificación. El hombre tiene nostalgia de una medida perdida. Los niños muertos en el mudo de la resurreción, es decir, en el de la plenitud. Todo lo que el hombre conoce es como un enigma, conocimiento o desconocimiento de otra jerarquía, de lo que conocerá plenamente en la muerte, pero no tiene vislumbre de que ese enigma posee un sentido. Lo imposible, lo absurdo, crean su posible, su razón. La imposibilidad de que el hombre justifique la muerte hace que ese imposible se convierta la resurrección en su posible. Lo que no es verdad ni mentira, el hombre lo percibe como verdad. Cuando Leonardo afirma que hay once formas de nariz, sabemos que eso es una verdad. Sujeto y objeto se devoran, desapareciendo. Es lo que engendra la relación entre la razón espermática de los alejandrinos, de Plotino, de San Buenaventura, y la realidad inteligible de los hilozoístas, la materia signata de los escolásticos. La claridad de un hecho puede ser la claridad de otro, cuya semejanza no es equivalente, que permanecía a oscuras, pero la iluminación o sentido adquirido por el primer hecho, al crear otra realidad, sirve de iluminación o sentido al otro hecho, no semejante. La presición de sus cronologías y el esplendor de sus riquiezas dominadas como un pastor en una fiesta de bodas, surgiendo de su pastoreo su magnificencia, Bossuet subraya de Abraham que muestra su magnificencia haciéndola aparecer principalmente ejerciendo su hospitalidad con todo el mundo, otorga grandes detalles sobre la fundación de Argos y la maldición de Inacus. La riqueza regalada casi por los dioses al período del pastoreo de Abraham, se convierte en un espejismo en las expediciones rechazadas por un oleajes de mladición. Una hospitalidad suntuosa regalada a los pastores y rechazasa para los argonautas obstinados, como dos prisioneros atados de espalda, como el acordelamiento de las astas de cobre del reverso. El hombre es una respuesta, un seguir un hilo, que no se sabe cuándo se rompe. La respuesta de una pregunta intemporal. Existe una causalidad en lo no visible, no figurable, que aparecía como un juego entre los griegos. El hilo de un verso, dicho por alguien, continuado por otro verso o sentencia similar, nombres de hazañas de fundación de ciudades, que tenían la gracia de su ringlera o la igualdad de las sílabas finales. Cualquier respuesta era válida rendida por el conocimiento o la gracia, el acierto de la respuesta creaba la inicial causal. Al que no podía seguir el hilo, le mezclaban la rugosa léjía a su espumosa crátera. El hechizo desprendido por algunas ciudades del mundo antiguo, que oyeron más de cerca el respirar de los dioses. Varrón, dato de Vico, nos dice que en algunas pequeñas ciudades del Lacio, llegaron a rendirle culto a treinta mil deidades. Homero nos dice que en dos o tres ciudades del príodo mitológico, se hablaba la lengua de los dioses. De tal manera, que si a la ciudad de las treinta mil deidades llegase un extranjero con esa habla de los dioses, tendrían la extraña y maravillosa sorpresa de poder recibir la visita de esos treita mil dioses restante. Por ese hecho sobrenatural, el visitante, por sencillo que fuese, comenzaría a vivir como un diosecillo.
La existencia de los gigantes en la mitología, en las cronologías y en la reminiscencia, forman la imagen del hombre transfigurado, alcanzando otra especie, rompiendo las murallas del ser, adquiriendo la lanza de Baal, que es el mito del fuego en el cielo, del hombre llevando el fuego a las moradas celestes. Hacían los gigantes lo que querían con los cuerpos en el aire. La lucha de los gigantes contra Júpiter, lo fue también contra los semidioses, que iban a prevalecer en el vencimiento de las fábulas por los mitos. La escasa ayuda de los dioses decidió a los gigantes a escalar al cielo. Mientras Júpiter cosquiellea en las estrellas del manto de Juno. Licaón quiere comprobar la divinidad de Júpiter matándolo. Existían los gigantes de la luz y las tinieblas. En sus tumbas de piedra en Karnak, yacn los gigantes rodeados de dólmenes, de reyes que en las pirámides sueñan los astros colosales acercándolse a la tierra, y la luna cercana, entonces más brillante que el sol, las mareas extinguidas en las tumbas reales de los montes tebanos. Todavía San Agustín, en La ciudad de Dios, cree en ese encuentro de los hijos de Dios, los ángeles, con las hijas de los hombres, que engendraron los gigantes, nacidos de la confusión de las semillas, que vienen a ser arrastrados por el diluvio. Acaso los espíritus puros pudieron conocer en la carne. Una nueva cultura surgiriía si los ángeles llegaran a hipostasiarse, si toda la materia adquiriese la transparencia y la transparencia el espíritu puro. Y el espíritu puro conociese con las hijas de los hombres.
Encerrada en su tumba Ifigenia oye que su prometido, el hijo de Peleo, fue educado por Quirón, el más sabio de los centauros, para impedir que aprendiese las pervertidas costumbres de los hombres. Oye que su salvador cumple su petición: "Yo he deseado mucho que viniese alguno de Argos". Aún en su encierro la visitan los linajes mitológicos y los envíos de la prodigiosa ciudad. No es su lejanía del período dialéctico la que le envía esos destellos, que hacen que aun en su encierro, perdido el poderío de su realeza, la rodeen como la reminiscencia de los gigantes fundadores de reinos. En pleno senado romano, Julio César declara que por su tía Julia desciende de dioses inmortales, declaración temeraria ante las tribunas del puelo, si no fuera que ya en la Etruria sagrada el agricultor participó de la ciudad ascendiendo entre nubes y remolinos.
No sólo en la concepción sino en el relato de la concepción del Dios, interviene el espíritu Santo. Al terminar ella de hablar, dice el evangelio apócrifo de San Bartolomé "empezó a salir fuego de su boca". Para su relato busca apotarse corporalmente en los apóstoles: "Pedro, siéntate a mi derecha- le dice-y apoya tu brazo izquierdo en mi brazo. Bartolomé, ponte de rodillas detrás de mí y apoya mi espalda, no sea que al comenzar a hablar se me rompan los huesos. Tú, Juan, que eres virgen, pon tu mano en mi pecho". Si en la concepción interviene la sombra, en el relato es el apoyo lo que asegura la revelación del secreto. Ahí la imagen queda como una sombra apoyada. Oh, alma mía, intenta ya tan sólo lo imposible, diremos agrandando el reverso de la frase de Píndaro, y lleva la poesía a la resurreción, ya que el conocimiento posible se ha convertido en Ouroboros y baila como la serpiente la flauta del Maligno.
Septiembre y 1959.

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